Aunque no te lo
pida, con tanto gusto opinas de mí.
Sobre mi cuerpo, sobres mis
ojos, sobre los hijos que podrían salir de nosotros. Sin que yo
tenga el mínimo interés de conocerte, ni
de saber lo que piensas de mí.
Aunque no lo busque siempre me esperas en la calle. A cualquier momento del día y en cualquier lugar.
Aunque
quiera simplemente llegar del punto A al punto B, aunque vaya
paseando despacio o con prisa, aunque lleve falda corta o larga,
realmente no importa. Para todo tienes
respuesta.
Pero
¿sabes que con tus comentarios no solicitados no me subes la
autoconfianza, ni me mejoras el día? Simplemente comunicas tu
supuesto poder sobre mí. Sobre mí como caminante en el espacio
público que tú, desgraciado, crees dominar.
Ya
aprendí a intuir cuando escupirás de tu boca otro juicio sobre mi
cuerpo y me pongo nerviosa. Es como una de
esas nubes de peste que flotan en las calles habaneras. Sabes que da
asco, pero ya que
tu camino va por allí, tienes que atravesarlas. Pues así me siento
esperándo otro comentario que está por venir. Creo
que tú lo sabes. Y que te gusta. El hecho
de hacernos sentir como animales cazados.
No
estás acostumbrado a que te respondan. Si lo hago, me convierto en
mala mujer, lesbiana o cualquier otra cosa que se te ocurra llamarme.
Me imagino que te preguntas ¿cómo es que
me atrevo a rechazar en voz alta tu piropo benévolo? ¿Cómo puedo
no sentirme agradecida por tus apreciaciones de mi cuerpo?
Sabes,
me atrevo, porque tengo fe en que cada vez habrá más mujeres que se
harten, que estén cansadas y que se confronten con tu estupidez.
También me atrevo, porque creo que las masculidades arcaicas
(gracias por introducirme este término tan acertado) ya deben
salir de moda, aunque
estén apoyadas
por las penosas letras
de reggaetón. Incluso creo, que ni los
machos arcaicos trataban la mujer con tanta falta de respeto como lo
hace el machito cubano moderno.
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